Un viaje como el de mi padre
Cuando vine a El Salvador en el 2007, sentí que estaba iniciando algo que transformaría mi vida para siempre. Fui consciente de estar siguiendo los pasos de mi papá. Cuando él también tuvo 22 años, emprendió un viaje hacia América del sur.
No tengo dudas de que él viajaba en busca de algo, como muchos viajeros, y yo también en mi caso, lo experimenté muchos años después.
Chris, mi padre, inició su travesía por tierra al estilo “hippie”, en 1975. Se fue pidiendo “ride” de Massachusetts.

Llegada a El Salvador
Al llegar a Centroamérica y luego a El Salvador, cerca de la terminal de oriente, mi papá preguntó a unos jóvenes si sabían donde podía hospedarse. Un chico le dijo que “la niña Cata” alquilaba un cuarto, no muy lejos de ahí, en Ciudad Delgado.
En esa casa conoció a mi abuela, conocida como Niña Cata, y la familia Renderos, incluyendo a mi mamá que también tenía 22 años. A un lado de la casa había un molino: el negocio que sostenía la familia.

Durante varios días, mientras mi padre reponía las fuerzas necesarias para continuar con su viaje, se hospedó en ese lugar. Él se llevaba muy bien con mi mamá y a pesar de ser personas muy distintas, de países distintos, hablando distintos idiomas, ellos dos encontraron muchas similitudes.

Pero faltaba mucho camino para que mi papá llegara a América del sur, a Venezuela, su destino final.
Llegó el día. Chris, mi padre, se despidió de mi mamá y su familia. Subió un bus rumbo a Honduras. Había terminado su estancia en El Salvador.
Pero llegando a La Unión pasó algo muy extraño: él sintió algo muy fuerte. No pudo dejar a mi mamá atrás. Al instante, consiguió otro “ride” de regreso a San Salvador.
Pocos meses después, se casaron. Pronto mi mamá se despidió de su familia y llegó a Massachusetts a emprender una nueva vida, siempre extrañando a su familia, amigos y sus perritos que quedaron todos en este país.
El viaje por tierra hasta América del sur que deseaba emprender mi papá quedó permanentemente suspendido, pero creo que encontró lo que su ser realmente buscaba.
La vida presentó retos, pero con trabajo arduo y el apoyo mutuo mis papás superaron cualquier dificultad. Pronto surgió un trasfondo gris en este cuento de amor: estalla la guerra civil en El Salvador. Con mucho esmero, mi papá hizo los trámites legales para que la familia de mi mamá escaparan de la violencia y muerte de los años 80.
En Estados Unidos, después de dos años de casados nació mi hermano Phillip y en el año de 1984, nací yo.
Lecciones
Mis papás me enseñaron el valor de trabajar constantemente, que el trabajo dignifica la persona. Fui un niño preguntón, y mi papá fue mi primer profesor. Siempre tenía la respuesta a preguntas: ¿Quién es Dios? ¿Por qué existen personas pobres o sin hogar?
Me sorprendió que mis amigos y profesores en la escuela no supieran de los atoles o el arroz en leche que hacía mi mamá. Luego supe que todas esas recetas venían de ese país llamado El Salvador.
También mi mamá me contó acerca de las injusticias. Algunas cosas fueron demasiado extrañas para que yo las entendiera: que todo chico tenía que tener el pelo corto en su país, o si no, llegaban militares a cortárselo a la fuerza. Que la violencia hacia las mujeres y las niñas era normal en El Salvador.
En 1987, sostenido en los hombros de mi papá, marchamos las calles de Boston, Massachusetts, exigiendo paz en El Salvador.

Mi turno
A los 22 años, al terminar mi carrera universitaria, me propuse como misión conocer por primera vez ese país misterioso y mágico que sólo había conocido por historias y fotografías viejas.
Lo que sucedió después dio un giro de 180 grados a mi vida.